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lunes, 1 de febrero de 2010

Entre récords, arquitectura y medio ambiente

Por Arq. José Enrique Delmonte Soñé, MSM

Por su propia condición, la arquitectura es un ejercicio de depredación. Se edifica sobre el medio natural y lo transforma, lo convierte en una imagen hecha por el hombre para su bienestar. Esta paradoja que encierra la arquitectura conduce a la asimilación del compromiso que tienen los arquitectos de proyectar las edificaciones con un alto sentido del equilibro en el medio donde se establecerá. La continua campaña de información acerca de la necesidad de reducir el impacto de las acciones del ser humano en la naturaleza ha obligado a los arquitectos contemporáneos a considerar el tema del medio ambiente como primordial en su ejercicio profesional.

El avance del consumismo ha conducido a la humanidad hacia un callejón sin salida que provoca grave impacto en la naturaleza y que atenta, inclusive, con su permanencia en el planeta. Miles de años de uso indiscriminado de los recursos naturales ha creado un presente inestable, con fuertes modificaciones de los procesos que durante tanto tiempo parecían invariables. Los recursos parecían inagotables y el futuro se mostraba como un mundo de satisfacciones en base al progreso material de las naciones. La producción de bienes industrializados, por tanto, estaba considerada como el símbolo de desarrollo de una sociedad que se reflejaba en el crecimiento de las ciudades, la construcción de obras de infraestructura cada vez más atrevidas y con edificios en competencia en cuanto a la implantación de marcas en la técnica y en sus particularidades extremas. La arquitectura del siglo XX se caracterizó -además de por su novedad estética y funcional- por su increíble capacidad de superar sus propios límites, hasta el punto de que el poderío económico de las naciones estaba representado por las grandes edificaciones que poseían. Los elementos que reunían estas obras de arquitectura incluían los avances en sistemas constructivos, materiales de terminación, artefactos mecánicos y suplementos de iluminación, acústica y seguridad, entre otros muchos factores.

Sin pensarlo, los proyectistas y desarrolladores se concentraban en la inclusión de características constructivas cada vez más ambiciosas y sofisticadas con el fin de hacer más atractivo y exitoso el proyecto inmobiliario. Solo hay que hacer un breve recuento de la evolución de la distribución de los primeros edificios multifamiliares construidos en las primeras décadas del siglo XX para darse cuenta de la evolución que ha sufrido este tipo de arquitectura en su capacidad para satisfacer las necesidades existenciales de sus habitantes.

Un caso particular, por ejemplo, es el baño, que en principio se consideraba una sola unidad para toda la familia, y que fue incorporado al interior de la vivienda gracias a los avances en los artefactos sanitarios que contienen (la historia del inodoro es muy significativa para entender este proceso). Los apartamentos destinados para las clases más adineradas incluían apenas las áreas imprescindibles para la convivencia. Sin embargo, al paso de los años estos mismos apartamentos son concebidos hoy como verdaderos lugares en crecimiento, donde las áreas se han multiplicado tanto en cantidad como en calidad. El criterio de bienestar que el ser humano consumista del presente entiende, difiere mucho del que existía a mediados del siglo XX. De aquellas propuestas de apartamentos con un solo baño que era la norma durante esa época, hoy se ha llegado al estándar de la existencia de un baño para cada dormitorio, además de los que existen en las áreas sociales.

El simple caso del baño como elemento funcional dentro de la arquitectura nos permite entender a grandes rasgos el impacto que un edificio de apartamentos del presente ejerce sobre el medio ambiente. La cantidad de recursos naturales que se requieren para satisfacer el uso de los baños nos puede dar una idea de la responsabilidad que tienen los proyectistas en términos de medio ambiente. Para un baño hay que considerar el abastecimiento de agua y el manejo de las aguas residuales, la cantidad de tuberías y artefactos, la energía eléctrica para el funcionamiento de los equipos de bombeo, además de los materiales que intervienen en su construcción y en su mantenimiento de por vida. Es un ejemplo simple del impacto que en un solo aspecto un edificio contemporáneo ejerce sobre el medio ambiente, situación que los arquitectos del presente deben considerar en todo momento.

No obstante, los edificios construidos en los últimos años son cada vez mayores. El valor de la tierra y los altos costos financieros conducen a los promotores a considerar edificios con mayor capacidad de apartamentos como una forma de reducir el impacto de esos costos y garantizar mayores utilidades. Hace apenas unas semanas fue inaugurado en la ciudad de Dubái el edificio más alto del mundo y la estructura más alta jamás construida por el hombre: el complejo Burj Khalifa, de 818 metros de altura y 162 pisos, diseñado por Adrian Smith, de la legendaria firma norteamericana Skidmore, Owings and Merril (SOM). Este singular edificio tuvo un costo de USD$4,300 millones (con lo que podría la República Dominicana solucionar gran parte de su deuda externa) y en su construcción intervinieron las firmas Samsung (Corea del Sur), Besix (Bélgica) y Arabtec (Emiratos Árabes Unidos), donde se utilizó lo más sofisticado de la construcción del presente. Con 344 mil metros cuadrados, su construcción se inició en 2004 como parte del proceso de transformación de Dubái de una ciudad sencilla a orillas del golfo Pérsico a una metrópolis del mundo capitalista. El Burj Khalifa contiene 39 pisos del primer hotel de la marca Armani, 700 apartamentos de lujo, un mirador, un observatorio, y oficinas corporativas. Dentro de los récords que posee este singular rascacielos están:

  • La cantidad de paneles de vidrio que tiene lograrían tapizar hasta unos 17 estadios de fútbol y unos 25 estadios de fútbol americano.
  • La cantidad de electricidad que puede emplear equivale a tener encendidos unos 360.000 focos de 100 vatios al mismo tiempo.
  • Necesita unos 946,000 litros de agua diarios para su sistema de abastecimiento de agua.
  • Los elevadores panorámicos se trasladan a 10 m/s; es decir, a 36 km/hora.
  • Los elevadores interiores se trasladan a 18 m/s; es decir, casi 65 km/h.
  • La luz de la antena del Burj Khalifa puede ser vista a 95 kilómetros a la redonda.
  • Es la primera estructura que hace el hombre que rompe la barrera de los 700 y de los 800 metros. Ninguna estructura (incluyendo antenas sostenidas por cables) había logrado esta proeza.
  • Tiene un peso aproximado de 7 millones de toneladas

Sin embargo, estos récords serán superados en breve con la construcción de varios edificios ya diseñados y que esperan concluirse antes de que finalice la presente década, como por ejemplo, el edificio Nakheel Harbour Tower en Dubái (1,050 metros de altura), el Mubarak al-Kabeer en Kwait (1,001 metros de altura) y Murjan Tower en Bahrein (1,022 metros de altura).

Santo Domingo no escapa a esta tendencia. En los últimos años hemos visto cómo se han construido edificios cada vez más altos, en una carrera de superación que modifica el perfil de la ciudad dramáticamente. Inclusive, se ha anunciado la construcción de edificios de 50, 80 y 100 pisos, que compiten con proyectos similares en la región, como es el caso de la ciudad de Panamá.

Ante los últimos acontecimientos naturales en Haití (léase la isla de Santo Domingo), la arquitectura dominicana debe ser llamada a reflexión. Las exigencias de los promotores, presionados por la demanda del mercado que conduce a ofrecer productos cada vez más sofisticados a precios competitivos, conllevan a que los lotes sean ocupados por edificios con mayor cantidad de locales. Por tanto, su altura es cada vez mayor. Ante cualquier eventualidad inesperada, como terremotos o incendios, los edificios tienen menor capacidad de garantizar la seguridad de sus usuarios, a menos que se contemplen sistemas de seguridad adecuados y a costos iniciales y operativos enormes.

Como nuestra realidad se caracteriza por suponer que tales eventos adversos no sucederán nunca –y si suceden, no afectarán al edificio nuestro en particular- los diseñadores, constructores, promotores y usuarios no contemplan las limitaciones que los edificios de gran altura ejercen sobre su capacidad como garantes de la vida. ¿Se piensa que los equipos de rescate de los bomberos sólo alcanzan los 25 metros de altura, equivalente, más o menos, a ocho pisos, y que a partir de aquí no existen medios para la evacuación y el rescate? Se puede aducir que en la actualidad existen sistemas contra incendios diseñados para tales casos, pero, ¿se conocen los casos internacionales en que tales sistemas han sido insuficientes o no han operado de la manera que han sido concebidos? Y en caso de terremotos de gran magnitud, ¿se cuentan con rutas de escape alternas si el edificio sufre un colapso inesperado? ¿Se han hecho pruebas físicas del edificio en caso de terremotos? ¿Conoce el usuario el grado de seguridad de la estructura de un edificio en caso de terremoto o incendio? ¿Existen programas de educación para evacuar edificios en tales casos, ya sea a nivel general o entre los mismos residentes o usuarios? ¿Se cuenta con instituciones de socorro debidamente equipadas y entrenadas para hacerle frente a esta catástrofe? ¿Qué pasa con la inversión realizada en la compra de un apartamento en una torre si en caso de terremoto colapsa o su nivel de deterioro impide su uso y debe ser derribado? ¿Con cuál propiedad se cuenta?

Evidentemente, el impacto que ejercen estos edificios en su entorno y en el medio ambiente es considerable. Solo hay que pensar en la demanda de recursos que se requerirán para su funcionamiento en una ciudad que, como Santo Domingo, no cuenta con la infraestructura necesaria para abastecer los edificios que existen en la actualidad.

En los foros internacionales de protección al medio ambiente el tema de la arquitectura adquiere cada vez más importancia, debido al fuerte impacto que ejerce sobre las ciudades y los recursos naturales. ¿Cómo ahorrar energía en estos edificios cada vez más complejos? ¿Cómo reducir la emisión de gases y de desechos sólidos? ¿Cómo controlar el mal uso del agua? Son algunas de las preguntas que los arquitectos deben tomar en cuenta a la hora de proyectar edificios. Existen organismos que se encargan de fomentar la disminución del impacto de los edificios al efecto de invernadero que azota el planeta. En los Estados Unidos, por ejemplo, existe el LEED (Leadership in Energy and Environmental Design) un código que tiende a la construcción de edificios “verdes” que los arquitectos deben tomar en cuenta. Países latinoamericanos como México, Brasil y Argentina, están creando sus propios códigos adaptados a la forma de vida de sus habitantes. Hace unos meses en República Dominicana, la Secretaría de Estado de Medio Ambiente y Recursos Naturales dio el primer paso en este tema, con el auspicio de dos eventos organizados por la Fundación Erwin Walter Palm dirigidos a los profesionales de la arquitectura y que llevaron por título “Hacia una arquitectura verde”. Forman parte del llamado a los involucrados en el mundo de la construcción sobre el cambio de mentalidad que se debe adquirir dirigido a la preservación de la vida en el planeta, más allá de la búsqueda de nuevos récords que sólo son apreciados en los archivos de estadísticas y en el orgullo de sus promotores.

© José Enrique Delmonte Soñé. Enero 2010.

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