lunes, 13 de junio de 2011


Editorial

A ti, maestro: forjador de conciencia

Eugenio María de Hostos y Salomé Ureña de Mendoza


“El objeto más noble que puede ocupar el hombre es

Ilustrar a sus semejante”. Simón Bolívar.

El sentido de vocación y servicios son las dos virtudes del maestro, como forjador de conciencia. Tú desvelo por transmitir el pan de la enseñanza con amor y sabiduría a nuestras futuras generaciones. Debemos resaltar y divulgar otras virtudes que te adornan, como la ética y la moral cívica de ciudadano ejemplar, maestro de compromisos para salvaguardar los valores de la sociedad, comprometidos con los mejores intereses de la familia, la sociedad y la patria, para que seamos más justos y sensibles con nuestros valores ciudadanos. Hoy en tu día, enaltecemos y reconocemos su labor como estandarte de un espíritu renovador del alma dominicana. Es mucho lo que se espera de su saber y oportuno conocimiento a la enseñanza dominicana, pero sé que continuará dando con honradez y pulcritud lo mejor de sí.

Bienes Culturales

Por Frank Moya Pons






LA VEGA VIEJA

Existe un lugar entre Moca y La Vega, al pie del llamado Santo Cerro, que los habitantes de la ciudad de La Vega y de otras partes del país conocen con el nombre de "La Vega Vieja".

Esta fue una villa fundada por Cristóbal Colón con el nombre de La Concepción en los mismos días en que el Almirante fundó también la villa de Santiago en el lugar que lleva el nombre indígena de Jacagua.

Quedan allí las ruinas de una fortaleza, de una iglesia y de un convento, así como una fuente de agua que todavía está en uso, los cimientos de muchas viviendas y el trazado de las calles.

Ese sitio es una común de la actual provincia de La Vega que recibe indistintamente tres nombres: Carrera de Palmas, San Francisco y La Vega Vieja. Estos son, en realidad tres puntos sucesivos de la antigua carretera Duarte a partir de la entrada al Santo Cerro, en dirección hacia Moca.

Aparte de Santo Domingo, La Concepción fue la ciudad más importante y más poblada de la isla en los primeros treinta años de la colonización española pues estaba en el centro del distrito aurífero más productivo.

Las ruinas de la fortaleza exhiben las bases de un torreón hecho de ladrillos que debió sustituir el fuerte original de madera y tapia ordenado por Cristóbal Colón como parte de una cadena de instalaciones militares que comenzaba en La Isabela, seguía por Esperanza, cerca de Moca, continuaba hasta Santo Tomás de Jánico, bajaba hasta Jacagua con el fuerte de la Magdalena, seguía hasta las habitaciones del cacique Guarionex, al pie del que los cristianos llamarían, más tarde, el Santo Cerro, y conectaba, finalmente, con el Bonao.

Esta cadena de instalaciones militares fue completada con la fundación de la villa de Buenaventura, en las cercanías de lo que es hoy Villa Altagracia, en donde también existía una fundición de oro que en ciertos años produjo casi tanto metal como el que se fundía en La Concepción de La Vega.

El nombre de La Vega Real fue dado al valle que Colón y los españoles contemplaron maravillados desde el puerto o paso "de los Hidalgos", en una de las cúspides de la hoy llamada Cordillera Septentrional, al sur del antiguo poblado del Mamey.

Cada uno de esos fuertes fue construido en las cercanías de grandes poblados indígenas cuya ubicación coincidía con lo que parecían ser tierras o ríos auríferos, pues el mayor interés de Colón y los españoles era convertir esas tierras en un gran campo de explotación minera.

En algunos casos esos lugares probaron ser poco ricos en oro, pero en otros, como fue el caso de La Concepción de la Vega, los conquistadores descubrieron ricos placeres auríferos en el Río Verde, justamente al lado de uno de los más grandes poblados taínos de la isla, esto es, la ya mencionada sede del cacique Guarionex.

Colón también quedó impresionado por las grandes posibilidades agrícolas que ofrecían las fértiles tierras llanas de la región, bien regadas por cursos de agua y densamente pobladas de indios que podían ser esclavizados para ser ocupados en el lavado de las arenas auríferas o en la siembra de víveres.

Al principio, la agricultura de los españoles fue muy poco exitosa y los españoles tuvieron que depender de lo que podían confiscar en los conucos taínos, pero luego de la llegada de Nicolás de Ovando, en 1502, y con el aumento de la población europea en años siguientes, se formó en La Concepción un activo mercado local que demandaba casabe, maíz, yuca y carne.

Como en esos años la minería alcanzó un gran auge, los españoles pagaban bien por esos y otros alimentos, y hubo algunos que se dedicaron a la agricultura ayudados por sus esclavos indios. La mayoría, en cambio, prefería explotar los yacimientos fluviales en busca de oro, auxiliados también por sus esclavos indios.

La ubicación céntrica de La Concepción recogía como un embudo el flujo de personas y oro desde los demás puntos del valle hacia Santo Domingo, y eso contribuyó a que la casa de fundición se estableciera en este lugar.

La riqueza de las minas y la concentración del oro de toda la región en esta ciudad, a causa de la fundición que se celebraba varias veces al año, creó una dinámica social muy propia de muchas sociedades mineras en donde el dispendio, la corrupción y la violencia eran la ley del día.

Según los documentos de la época, los más ricos hacían galas de sus trajes de seda labrada en oro importados desde España o Italia o Flandes y hacían trabajar a sus indios hasta matarlos. Otros presumían de caballeros y de una nobleza que su pobreza les impedía alcanzar en España, pero que el oro contribuía a lograr rápidamente

Según el cronista Bartolomé de las Casas, La Concepción llegó a tener la mayor concentración demográfica de la isla, aunque la cifra que él consigna para esta ciudad (10,000 habitantes) ha sido seriamente cuestionada por algunos historiadores en tiempos recientes.

Cualquiera que haya sido la población de La Vega Vieja, no debió ser pequeña según la escala de los pueblos españoles de la época. Para entender cómo se pobló la isla de europeos durante el gobierno de Nicolás de Ovando (1502-1509) es importante recordar que en esos siete años llegaron a la isla 972 barcos en los cuales venían en promedio unos 30 pasajeros por embarque.

Cualquiera que haya sido el número de inmigrantes y el número de sobrevivientes una vez que llegaban a la isla, a los cuales hay que restarles los que salían hacia otras partes de las Indias, sabemos que esa gran masa de gente generaba mucha demanda de alimentos, prendas de vestir y objetos de uso doméstico.

No abundan las noticias acerca del comercio local de La Concepción en esos años, pero Las Casas dice que la necesidad de azúcar era notable y que para aprovechar la naciente demanda por ese edulcorante un vecino de apellido Aguilón sembró caña de azúcar y produjo algo que este dulce que vendió en el mercado local. Hay historiadores que han cuestionado ese dato de Las Casas y argumentan que Aguilón no produjo azúcar en La Concepción.

Las Casas dice que siguiendo ese ejemplo el alcalde de Bonao, Miguel Ballester construyó un trapiche en esta localidad en 1513. En aquellos años el azúcar estaba subiendo de precio en Europa y esos precios debieron reflejarse en la isla. Por ello, varios años después varios encomenderos de la ciudad de Santo Domingo también se adentraron en el negocio azucarero, como es bien sabido ya.

Si la industria azucarera no prosperó más en La Concepción las causas hay que buscarlas en la quiebra de la economía minera debido a la extinción de los indios y a la caída de la producción aurífera, a la despoblación de la ciudad debido a la emigración de sus vecinos después de 1514, y a la dificultades de comunicación con el mercado español pues La Vega Vieja estaba en el centro de la isla y era prácticamente imposible llevar el azúcar al puerto de Santo Domingo sin sufrir grandes pérdidas.

En pocos años La Concepción terminó despoblándose y para 1520 sus familias no llegaban a cien. Varios años más tarde, en 1528, un censo menciona que en La Vega Vieja solamente quedaban veinte vecinos "viejos e sin ser casados", sin hijos "e todos están desampararla".

Lo mismo pasaba con los demás pueblos del interior pues la gente que no quiso irse a Cuba o a México en aquellos años, prefirió mudarse a la ciudad de Santo Domingo que iniciaba su desarrollo azucarero y quedaba como el único núcleo urbano de significación en la isla.

En La Concepción la ruina se notaba más que en otras localidades pues este pueblo había adquirido una cierta calidad urbana ya que además de la catedral y la casa del obispo había contaba también con un monasterio de la Orden de San Francisco y unos treinta edificios hechos de piedra, "muy buenos".

Treinta y cuatro años más tarde esos edificios fueron echados por tierra por un potente terremoto. Este seísmo, ocurrido el 2 de diciembre de 1562, destruyó totalmente la "ciudad" que fue inmediatamente abandonada por los pocos vecinos que le quedaban.

Éstos se mudaron nueve kilómetros más al sur, a orillas del río Camú, entre dos grandes lagunas hoy desaparecidas, pero que entonces ofrecían buena pesca. Allí se encuentra hoy la ciudad de La Vega.

La riqueza de las minas y la concentración del oro de toda la región en esta ciudad, a causa de la fundición que se celebraba varias veces al año, creó una dinámica social muy propia de muchas sociedades mineras en donde el dispendio, la corrupción y la violencia eran la ley del día.

Fuente: diariolibre 7/5/2011


SABIAS QUÉ…

El Hospital de San Nicolás de Bari


Vista frontal Hospital San Nicolás de Bari.

En la calle Hostos, donde se forma la esquina con la calle Luperón, se levantan las ruinas del que fuera el primer hospital de América, el hospital de San Nicolás de Bari, iniciado por órdenes del entonces gobernador de la isla de Santo Domingo, Frey Nicolás de Ovando. Se señala que la obra pudo haber comenzado en 1503, sin embargo otras opiniones ubican los inicios posiblemente luego del 1504. El hospital era a la vez iglesia. En 1519, mucho después de haber muerto Ovando, la primera fase de la obra había sido terminada. Según E. Walter Palm, San Nicolás de Bari tal y como lo conocemos hoy, con su ingente estructura, no fue obra de Ovando, puesto que el hospital fundado por el gobernador fue un recinto de madera y paja. Fue la Cofradía de Nuestra Señora de la Concepción, la que en 1533 continuó con la construcción del monumento cuando se trazaron los elementos modernos del edificio, creándose sus dependencias. Ya en 1522 el hospital llegó a su esplendor, puesto que el número de enfermos que podía mantener llegaba a los 60, atendiéndose en el mismo alrededor de 700 personas por años.

Desgraciadamente, el edificio es abandonado desde mediado del siglo XVIII o quizás poco después. Los motivos de tal abandono son casi desconocidos, pero pudieron ser los sismos del siglo XVIII, y lo cierto es que ya a comienzos del siglo XIX el edificio es una ruina. Más tarde y con finalidad de usarlos en otras edificaciones, se extraen materiales del sitio, el que en septiembre de 1930, con el ciclón de San Zenón, recibió daños irreparable.

El hospital de San Nicolás de Bari fue de los pocos edificios que el pirata Francis Drake respetó, quizás por consideración a los enfermos o al tipo de institución benéfica que funcionaba en el sitio, en donde además, no existían riquezas que saquear.

Fuente: “500 Años de Historia Monumental”, Editores Familia Bermúdez y Rochet, Republica Dominicana.

Libros


Clío

La Academia Dominicana de la Historia acaba de publicar su boletín No.180, correspondiente al segundo semestre del año 2010. Como en los números anteriores, se publican trabajos que abarcan un amplio período de nuestra historia: desde la primera década del siglo XVI hasta finales del siglo decimonónico.


Edición: Academia Dominicana de la Historia

Impresión: Búho, Santo Domingo

Año: 2010

Pág.410